
Hombres Igualitarios: «La amistad y sus amenazas»
Por: Javier García. –
Uno de los muchos martes en los que voy a buscar a mi nieto de 10 años al cole, me interesé por un amigo suyo. Me contestó con lo que me pareció reconocer como un velado malestar. Insistí (¿ha pasado algo?) y, como el que abre una herida callada y contenida, me espetó: “Es un falso”. Me quedó claro que sentía su amistad traicionada. Era su primera vez, su primer desencuentro importante. Intenté apagar su malestar invitándole a hablar con su amigo, a reconducir las cosas y, por si eso ya no era posible, le hablé de cómo los amigos van fluctuando, de cómo tu pierdes y ganas unos y otros te pierden y te ganan a ti. Lo adorné con mi propia experiencia, de cómo el dolor de una pérdida te abre a la ilusión de un encuentro, de cómo los amigos del alma, aunque se vayan, siempre dejan una huella en ese lugar que han ocupado, el alma.
No sé si conseguí consolarle con mis palabras, pero él sí consiguió que yo me viera reflejado en el espejo de su pena. Pensé en cuánto disfruté de mis amigos, en cuánto sufrí para ganarlos o no perderlos, en sí supe cuidarlos o si fui cuidado por ellos y en cómo el amigo o la amiga demandaban códigos de relación diferenciados. Recordé cómo envidiaba, en secreto -y envidio aún hoy- el de ellas. Codiciaba su capacidad para tejer con palabras vehículos de acceso a la intimidad, que yo intuía un auténtico conjuro contra la soledad, o su capacidad para construir redes de apoyo en lo emocional y en lo material. Está claro que nuestro mundo, el de los hombres, era -y me temo que sigue siendo- deficitario en esos recursos. Los abrazos, rudos, potentes, fríos, porque la homosexualidad latía siempre como amenaza. Pedir ayuda, lo imprescindible porque siempre anotaba un menos en tu currículum. Había que ser fuerte (la debilidad era de nenas y eso te condenaba a la exclusión) y, claro, valiente, fuera valiente lo que fuera y que las más de las veces tan sólo tenía que ver con la exhibición de inútiles exposiciones al riesgo. Y la violencia siempre en el horizonte, siempre dispuesto a pelear para demostrar a otros hombres cuál era tu territorio. Desconfiar, competir, confrontar, recursos que tan poco ayudan a la amistad. Con eso crecí, me temo que así lo hicimos casi todos. Me ha estado bien vivir en cuerpo de hombre, pero quizás hubiera sido más amable, menos trabajoso, más rico y menos solitario hacerlo sin esa armadura de preceptos absurdos que tanto peso añaden a la vida.
Javier García
Homes Igualitaris (AHIGE Catalunya)
https://www.homesigualitaris.cat/